jueves, 11 de junio de 2009

11 de Junio

Al igual que la anterior entrada, esta no está revisada o corregida, por lo cual probablemente cuente en si errores de estilo y ortográficos. Por lo tanto estará sujeta a una posterior corrección.

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El lunes un impulso que sentí inquietarse en la quietud de mi soledad contemplativa me llevó a salir a recorrer el centro de la ciudad. Es algo que otrora disfrutaba mucho, y aun hoy en ocasiones. Sin embargo el recorrido que empezó en las caóticas y sucias calles de Retiro, atravesó la arbolada plaza San Martín (¡Allí se inició el combate!), deviniendo luego a través de la peatonal Florida para finalmente alcanzar su punto máximo en el para mi ya clásico recorrido por las librerías de la calle Corrientes, por algún motivo en vez de resultar una fuente de placer y estímulo, se llenó de un sentimiento nauseabundo. Al sumergirme en una estantería de libros usados en busca de algún volumen de mi interés, no sentía la fascinación y entusiasmo usual, sino que sentía más bien un sentimiento de repulsión, de incomodidad, de no querer estar allí. Me es difícil precisar las causas de este sentimiento. Quizás pueda adjudicarselo a que a veces es difícil el abstraerse de ciertos elementos, como la innumerable masa de personas, las manifestaciones de una sociedad decadente, la mediocridad que a todo marca con su sello y ritmo.

A pesar de todo el recorrido no fue tan vano. En una pequeña librería que está cerca de Callao, sobre Corrientes, me encontré con una pequeña novela de Hesse, Peter Camenzind, la obra con la cual alcanzó notoriedad en el mundo literario de su época. Más tarde, ya en la Facultad, hacia el final de un teórico, le mostré a un compañero el libro y mientras nos retirábamos conversamos sobre su autor y otras cuestiones relacionadas. En un momento me preguntó con que libro debería comenzar la lectura de la obra de Hesse, y casi sin pensar le respondí que con "Demian".

Al otro día me lo encontré a este mismo compañero en el patio de la Facultad, y muy alegre y excitado me relató un hecho que al parecer le había llamado poderosamente la atención. Parece que en uno de los puestos que venden libros dentro del edificio que alguna vez fue una fábrica de cigarrillos (conocimiento que se esparce como un rumor entre todos los que habituamos Puán), estaba exhibido de una manera central y destacada Demian. Esta jugada del azar (como el manifestó considerarlo) le pareció tan simpática que decidió comprarlo. Yo poco o nada dije en cuanto a que considero que el mundo no es una casualidad infinita, o que los acontecimientos que a cada uno le ocurren son generados en cierta forma por el ser que los experimenta. ¿Para qué desperdiciar palabras? Aun así, aquel joven, por "pura casualidad" tendrá al menos un acercamiento a la obra del genial escritor suizo. De la misma forma, que usted, lector de este blog, llega al conocimiento de todos estos hechos por "pura casualidad".

Las personas pueden considerarse un medio a través de cual determinadas influencias actúan sobre el mundo, y lo recorren. Es de esta forma como a través del canal que es mi yo, la obra de Hesse y todo lo que ella implica en la ocasión relatada alcanzará el mundo de este excitable compañero de Facultad. Es probable de todas formas que esta influencia al llegar hacia él no encuentre un medio adecuado para continuar su expansión por el mundo (¡Ojalá esté equivocado!) al toparse con una mentalidad habituada a las concepciones burdamente materiales y "científicas". Pero otra hubiese sido la dimensión de los acontecimientos si la persona alcanzada por esta influencia estuviese "preparada" para recibirla, y hacer de ella algo fecundo y luminoso.

Lo mismo ocurre con influencias de muy diversas índole. Espirituales, psíquicas, culturales, materiales, o del tipo que sean. Pero como ya me he extendido considerablemente en esta ocasión, quedará tratar el tema para un futuro.