lunes, 30 de marzo de 2009

30 de marzo

En nuestras ultimas reflexiones planteábamos el hecho de que para estar con las mujeres extraordinarias uno debería evitar el estar con las otras y planteábamos a su vez algunos motivos. Pero también podríamos mencionar otro, y que no es secundario: el hecho de que la cantidad es algo esencialmente contrario a la calidad. El estar constantemente con mujeres, una y otra vez, una tras otra, no hace más que el mediocrizar aquella magnífica experiencia de interactuar con el otro sexo. En vez de ser un hecho excepcional, pasa a ser un hecho corriente, una rutina. Lo que claro, no está mal para almas más o menos vulgares, incapacitadas para experimentar o recorrer lo profundo y sutil que se encuentra en todas las cosas. Pero quien aspire a algo más, a una realidad profunda en dimensiones, entonces, ese debe recorrer el camino de la singularidad.

Naturalmente esto de la singularidad no se agota en el interesante mundo de las mujeres, sino que se extiende básicamente a todo. Por ejemplo, Dios, el ser supremo e infinito por excelencia sólo puede ser uno. Sería una contradicción metafísica el que no fuese así. Pero sin necesidad de irnos hacia planos tan amplios, podemos dar ejemplos más simples y "cercanos": el efecto que producen sustancias que alteran el organismo va disminuyendo en la medida de que su uso se vuelve recurrente, y por el contrario, lo mantienen en la medida de que este se mantiene bajo, o incluso como una excepción.

Es un pensamiento no poco plebeyo el que uno debe amar a todos y a todo por igual, ¡El que todos seamos iguales! Un amor tal, no sería más que un amor demasiado mediocre, digno de una raza de hombres disminuidos y con una clara tendencia hacia la esclavitud o al sometimiento. Aunque, como en este mundo nada parece conformarse con ser una sola cosa, sino que instintivamente tienden hacia su contrario, hacia lo que carece, se da en esto una singular forma, un tanto irónica y otro tanto paradójica. El Amor más elevado, más supremo y más pleno es el que uno puede sentir por Dios, que es lo único que es capaz de englobar y enmarcar todo. Pero una vez que este llega a "Dios", lo atraviesa y vuelve a descender a través de las infinitas direcciones que de él se derivan. Es decir, uno ama o debería amar a todo lo que existe, debido a la naturaleza divina que lo anima secretamente. Aunque, para evitar una mediocrización de este Amor, que hemos calificado de supremo, el mundo recurre a la jerarquía, y es así como uno comienza Amando a Dios, a medida que se va "descendiendo" uno comienza a amar de una manera menos pura, menos intensa, menos profunda, hasta llegar a un simple respeto, y si aun siguiésemos avanzando, llegaríamos al odio. Porque claro está, el Amor y el Odio son las dos puntas ideales de una misma y única cosa.

Ahora, por todo lo dicho, podríamos modificar tranquilamente aquello de que uno debe amar a todos y a todo, a que uno debería respetar a todos. Al menos a todos en la medida de que no se alejen demasiado del buen camino, es decir, del que va hacia lo pleno e infinito. En todo caso, para que no parezca que nuestras consideraciones a veces no tienen que ver entre si, diremos que es digno de plebeyos el tratar a todas las mujeres por igual, y mientras menos mediocre sea lo que se siente y se es, mayor será la diferencia de trato entre una y otra.

jueves, 12 de marzo de 2009

12 de marzo

La semana pasada, durante los tres días en los que estuve en mi casa, no hice mucho más que leerme de un tirón la novela "La ciudad y los perros" de Mario Vargas Llosa, beber café, fumar algunos cigarrillos en el techo de mi casa, escuchar música y mirar fútbol inglés. Fue una manera interesante y agradable de entremezclarme con el devenir, y también lo fue el hecho de poder combinar todas esas acciones de varias formas, dando lugar a algo así como una pieza musical, que suele mantener una serie de motivos que van variando y combinándose de diferentes formas. A veces, pensamientos como este, me hacen sospechar el que no hay gran diferencia entre el vivir y el hacer arte. ¿No hay acaso tanta similitud entre una cosa y otra que el límite justo entre ellas sería imposible de determinarlo con exactitud? ¿No será que el vivir y el hacer arte no es más que una misma cosa? ¿Seremos nosotros los artistas de nuestra propia realidad?

Con respecto a la novela, no se puede decir que sea mala. Este fue mi primer acercamiento a la obra del autor peruano y la impresión es de que es un buen escritor, con una técnica bastante buena y con gran capacidad para desarrollar historias. Pero el ser buen escritor no es suficiente. No es con una gran técnica la forma en la que se hace una obra cumbre al estilo de un Goethe o un Stendhal, sino con profundidad, y esta, no puede ser agregada desde lo exterior, desde la forma. La profundidad únicamente puede provenir desde el interior del autor, y sólo utiliza las formas, los estilos, las técnicas como un medio a través del cual exteriorizarse.

Las obras trascendentes lo son porque sus autores a su vez lo son. Es justamente esto lo que no encuentro en la novela juvenil de Vargas Llosa, y lo que a su vez me invita a no volver a leer un libro de él. Lo que presentan no es suficiente como para saciar mis inquietudes, o colmar mis intereses. Mis horizontes van mucho más allá de lo que esta me ofrece y plantea.

Todos estos pensamientos me hacen volver una y otra vez a aquella aseveración de Schopenhauer de que para leer lo bueno, hay que evitar leer lo malo. Sucede exactamente lo mismo con las mujeres. Si uno aspira a estar con las mujeres que podríamos denominar "cumbres", entonces es necesario evitar a todas las demás. Entiéndase esto último con todos los matices que adoptan las ideas al encarnarse y transformarse en realidad. No es este el único motivo que yo considero a la hora de sostener la idea de que es preferible evitar a las mujeres que no son excepcionales, sino también el hecho de que el relacionarse con una es sumamente complicado y genera demasiado devenir como para andar haciéndolo en exceso. Como dice un buen amigo mío, "de lo bueno, poco".