jueves, 12 de marzo de 2009

12 de marzo

La semana pasada, durante los tres días en los que estuve en mi casa, no hice mucho más que leerme de un tirón la novela "La ciudad y los perros" de Mario Vargas Llosa, beber café, fumar algunos cigarrillos en el techo de mi casa, escuchar música y mirar fútbol inglés. Fue una manera interesante y agradable de entremezclarme con el devenir, y también lo fue el hecho de poder combinar todas esas acciones de varias formas, dando lugar a algo así como una pieza musical, que suele mantener una serie de motivos que van variando y combinándose de diferentes formas. A veces, pensamientos como este, me hacen sospechar el que no hay gran diferencia entre el vivir y el hacer arte. ¿No hay acaso tanta similitud entre una cosa y otra que el límite justo entre ellas sería imposible de determinarlo con exactitud? ¿No será que el vivir y el hacer arte no es más que una misma cosa? ¿Seremos nosotros los artistas de nuestra propia realidad?

Con respecto a la novela, no se puede decir que sea mala. Este fue mi primer acercamiento a la obra del autor peruano y la impresión es de que es un buen escritor, con una técnica bastante buena y con gran capacidad para desarrollar historias. Pero el ser buen escritor no es suficiente. No es con una gran técnica la forma en la que se hace una obra cumbre al estilo de un Goethe o un Stendhal, sino con profundidad, y esta, no puede ser agregada desde lo exterior, desde la forma. La profundidad únicamente puede provenir desde el interior del autor, y sólo utiliza las formas, los estilos, las técnicas como un medio a través del cual exteriorizarse.

Las obras trascendentes lo son porque sus autores a su vez lo son. Es justamente esto lo que no encuentro en la novela juvenil de Vargas Llosa, y lo que a su vez me invita a no volver a leer un libro de él. Lo que presentan no es suficiente como para saciar mis inquietudes, o colmar mis intereses. Mis horizontes van mucho más allá de lo que esta me ofrece y plantea.

Todos estos pensamientos me hacen volver una y otra vez a aquella aseveración de Schopenhauer de que para leer lo bueno, hay que evitar leer lo malo. Sucede exactamente lo mismo con las mujeres. Si uno aspira a estar con las mujeres que podríamos denominar "cumbres", entonces es necesario evitar a todas las demás. Entiéndase esto último con todos los matices que adoptan las ideas al encarnarse y transformarse en realidad. No es este el único motivo que yo considero a la hora de sostener la idea de que es preferible evitar a las mujeres que no son excepcionales, sino también el hecho de que el relacionarse con una es sumamente complicado y genera demasiado devenir como para andar haciéndolo en exceso. Como dice un buen amigo mío, "de lo bueno, poco".

1 comentario:

  1. Jaja me da gracia esta entrada.

    Solo voy a agregar que Cristo vive en todos nosotros, así cómo cada uno de nosotros vivió en él.

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